Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre Rafael Nadal en los últimos meses. Las especulaciones sobre el futuro de su carrera tenística se han disparado desde su derrota en Roland Garros y su ausencia en Wimbledon por una lesión de rodilla. Pero no nos engañemos. Las previsiones catastrofistas han acompañado a Nadal desde el comienzo de su carrera, promovidas principalmente por el sector federista, herido por las derrotas de su ídolo ante aquel joven español de pelo largo cuyo corazón de león doblegaba al estético jugador suizo.
Desde que saltara a la élite, el tenista balear ha tenido que superar graves lesiones cada año y siempre ha conseguido salir adelante.
La diferencia en 2009 radicó en que su lesión llegó en el momento más inoportuno. Tras un comienzo de temporada espectacular proclamándose campeón del Open de Australia e Indian Wells, Nadal volvió a dominar la temporada de tierra batida hasta que sus rodillas dejaron de responder. Fue entonces cuando en una tarde gris y ante el maleducado público parisino, Nadal cedió su corona de Roland Garros tras mantenerla durante cuatro años. Posteriormente llegó su renuncia a Wimbledon. El mallorquín había perdido sus dos Grand Slams favoritos, los que más posibilidades tenía de ganar a priori, por una sobrecarga de torneos supérfluos para un jugador de su talla. Federer aprovechó la ocasión para recuperar el número uno pero lejos de la brillantez que ofreció en su época de máximo esplendor y nadalizando su actitud en la pista.
De cara a la opinión pública, Nadal pasó en unos meses de candidato a tenista más grande de todos los tiempos a tenista en declive. Tras superar su lesión, el español reapareció en la superficie menos favorable para sus condiciones, la pista dura. Allí obtuvo unos resultados aceptables e igualó la mejor actuación de su carrera en el Abierto de EEUU al alcanzar las semifinales. Más tarde llegó a la final del Masters de Shangai y a las semifinales del Masters de París, resultados notables aunque Nadal se mostrara lejos de su mejor versión. Sus actuaciones en los últimos meses no han sido tan malas como muchos han querido vender. La Copa Masters fue el único torneo donde realmente falló, perdiendo sus tres partidos en pista cubierta ante jugadores en mejor forma y, sobre todo, con mucha más confianza que él.
Este el principal conflicto interno que Nadal debe resolver ahora mismo. Antes de su última lesión se mostraba mentalmente indestructible pero la derrota en Roland Garros y la ausencia de casi tres meses rompieron sus esquemas. Tuvo que empezar de cero a mitad de temporada. Además, el hecho de reaparecer en su superficie menos favorable aumentó su inseguridad.
Su condición física tampoco ha sido la óptima tras la lesión. Nadal es un jugador diesel que necesita de ritmo de competición para ofrecer su mejor versión y su larga ausencia le ha impedido alcanzar el nivel físico idóneo en la segunda mitad de la temporada.
El triunfo en la Copa Davis puede suponer el empujón anímico que tanto necesitaba. Nadal debe reactivarse en el aspecto psicológico y en el físico, en el técnico sigue intacto. El descanso invernal debería ayudar al balear a alcanzar su máximo nivel físico y a comenzar la próxima temporada a un mejor nivel.
El tiempo dictará sentencia, pero Nadal ha demostrado ser demasiado grande como para que se desconfíe tanto de él a estas alturas.